¿Cuándo fue la última vez que te traicionaste, que te animaste, que transgrediste, que te lanzaste, que tuviste un sueño, que creíste, que descreíste, que te arrepentiste, que te afirmaste, que te cuestionaste, que soltaste lo propio y te abriste a la pregunta? ¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste? “La última vez”. Darío Sztajnszrajber
Roger Chartier, en “El mundo como representación”, sostiene que la lectura es siempre una práctica encarnada en gestos, espacios y costumbres. Para pensar políticas públicas de lectura, en este marco, debemos identificar las disposiciones específicas que distinguen las comunidades de lectores y las tradiciones de lectura.
Por ello, se torna necesario problematizar aquellas concepciones que pretenden universalizar la idea de un “lector ideal” y empezar a construir concepciones que comprendan la existencia de “lectores” diversos/únicos situados en un determinado tiempo y espacio. Esto implica pensar una auténtica revolución en las prácticas de formación de lectores que se construya desde el contexto, la coyuntura y las subjetividades de las comunidades con las cuales se trabaja.
El Plan Provincial de lectura, dependiente de la Subsecretaría de Planeamiento Educativo, buscó generar espacios de conversación sistemáticos desde la lectura de textos literarios. Habilitar espacios para “decir”, construir comunidades de lectores, transformar a los estudiantes en escuchas cooperativos y poner en diálogo las diferentes miradas sobre el mundo que ofrecen tanto el texto literario como los lectores.
La lectura y la escritura, en tanto prácticas culturales, son un derecho de todos los ciudadanos, ya que garantizan una mayor participación social, otros modos de conocer el mundo, de actuar en y sobre él y de transformarlo, como así también, construirnos como sujetos en constante interacción con los otros y con nosotros mismos.
Paulo Freire, afirma que los hombres y las mujeres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión. El trabajo, con la lectura y la escritura, supone generar espacios en los que la palabra sea el elemento principal que circule.
En el trabajo diario con la lectura volvemos una y otra vez sobre la idea, tan bien planteada por Graciela Montes, acerca de que la lectura es mucho más que el desciframiento de textos escritos. Una y otra vez volvemos a recuperar la idea de que leer es buscar sentidos, construirlos y que escribir implica una lectura y viceversa. Así es como cada vez se hace más evidente que todos somos lectores, desde el momento en que somos todos constructores de sentidos. Sentidos diferentes, diferenciados, pero todos resultado de múltiples lecturas y escrituras realizadas por múltiples sujetos.
De esta forma, nos parece que no se trata tanto de “construir” lectores (puesto que ya lo somos), sino de “descubrirlos” y, más importante aún, de que los diferentes lectores se descubran a sí mismos como tales. Porque el trabajo de los sujetos como constructores de sentido no es visible en todas las circunstancias. Hay sentidos construidos, lecturas, más visibles que otros. Se trata, entonces, de construir espacios en los que se dé la ocasión de que aquellos lectores “silenciados” puedan tomar la palabra.
Creemos que un camino importante para construir estos espacios de “toma de palabra” que las conversaciones literarias generan, es el auto-reconocimiento de los sujetos como lectores y potenciales escritores capaces de tomar la palabra, decir y decirse. Es decir, reconocerse como involucrados en la lectura y la escritura, reconocer que estas prácticas nos atraviesan en tanto seres sociales, en tanto seres del lenguaje, de la significación; en definitiva reconocerse como “lectores del mundo” y sujetos capaces de transformarlo mediante la palabra y de la pregunta por lo que el mundo es y soñamos que puede ser.